Viniendo de una provechosa excursión por la montaña regreso a casa, traigo el recuerdo vivo de profundas sensaciones de amor y ternura, las que me despertaba mi/nuestra perrita mascota Tara. La preciosa pastorcita Tara Amor Valiente, paso a la otra realidad hace 2 meses.
“¡¡Su recuerdo sigue tan vivo!!” diría mi mente parlanchina, repetidora de frases hechas. En este post comparto contigo algo de comprensión que ha llegado a mi gracias a esta vivencia: Tara ya no está aquí, sin embargo, sensaciones despertadas en su presencia física han reaparecido en mí ahora, entonces… ¿me lo está dando Tara, ahora?, si no es ella, ¿de donde sale esta sensación? ¿de un recuerdo?… cuándo estaba Tara ¿era ella quien me lo daba entonces?… deduzco pues, que, tal como está ahora viva esa sensación, sin estar Tara ahora presente, ¡la misma sensación de amor y ternura en mi corazón!, entonces… esta sensación está en mí… es mía… por lo que: tampoco me la daba Tara en su momento ¡lo que hacía Tara era despertar esto que está en mí!
Evidentemente, porque al haber tantas maravillas de vida en Tara, las maravillas de vida en mí podían resonar, lo hacían entonces y también lo hacen ahora.
Dicho de otra manera: Tara sigue estando en mí en este momento, pero ya no sostenida por un cuerpo físico. Tara llegó a mi despertando el amor, la ternura y la compasión, ¡¡¡qué regalo!!! Y también sigue estando aquí de algún modo!!! Claro!! Y de qué modo!!! Ahora son amor y ternura vividos en mí los que me llevan hasta ella, en un recuerdo que se retroalimenta.
Entonces, ¿qué separación existe entre Tara y yo? Formábamos parte de una dupla, pero ahora sólo hay la individualidad que yo soy. Puedo percibir que si Tara despertaba el amor y la ternura que habitan en mí, es que amor y ternura, estando en ambos, pertenecen a la Vida, por eso habitan en mí, porque ¿acaso existo separado yo de la vida? Amor y ternura, no son ni tan siquiera mías, en cuanto a pertenencia a este individualidad concentrada en esta forma humana con la que habito, este que soy a través de este cuerpo, que tiene este nombre, esta forma, este sexo… soy la vida misma atestiguándose a si misma. Amor y ternura son parte fundamental de la vida, cada cual atestiguándolas desde las particularidades de su aparente individualidad.
El Ser es quien se reconoce a sí mismo, amor y ternura se encuentran a sí mismos a través de nosotros, aunque éstos sean confundidos como propios por el simple observador. Por esto cuando son percibidos, ‘sabemos’ que allí hay realidad.
Entonces, miro todos los ritmos que hay en mí: SOY RITMO, porque el ritmo de la vida está en mí.
También miro al que mira: SOY SILENCIO, por que siempre está aquí, sosteniendo en paz, sin ser afectado por ningún ruido, sonido, etc. por muy estridente y fuerte que éste pueda acontecer.
También puedo verme como un elemento resonante, un idiófono, como señalaba mi amigo y maestro percusionista Ernest Martínez: SOY TAMBOR. Como citan algunas formas poéticas de culturas ancestrales: soy una concha con una piel estirada y vibrante conteniendo toda la vida en su interior: SOY TAMBOR!!
En silencio, dejando que la vida llegue con sus ritmos y dispuesto a resonar y sonar con lo que la vida trae… tranquilo… en paz… sabiendo que el silencio nunca se perdió y que, si me olvido de eso, de ese único saber profundo e íntimo, no puedo sino seguir en paz, al saber que la vida, cuando yo esté preparado de nuevo, con su infinito amor, paciencia, perseverancia y ternura, me lo volverá a recordar.
SOY TAMBOR, SOY RITMO, SOY SILENCIO. SOMOS. SOY.